viernes, 21 de diciembre de 2012

La nada misma, vacíos que llenan vacíos. (14 de agosto de 2012)


Entrecerrando los ojos, el ruido de los autos es ensordecedor. 
Y como aros de luces azules incandescentes girando a mi alrededor, el sonido se va perdiendo en la nada misma.
La nada por la que divago, por la que mi cuerpo se vuelve un montón de masa inerte. Por la que se gana automaticidad, y se pierde dignidad. Por la que un brote psicótico se vuelve moneda corriente.
La nada misma.  La nada que me envuelve. La nada que me empuja.
La nada, como un vacío. Vacío de sentimientos. Un vacío tan grande, que es capaz de llenar mas vacíos.
Y el que es el mejor aliado del terror. Terror que marca un ritmo. Por el que mis brazos danzan, y mis piernas caminan al compás.
Y cuando subo la cuerda, resbalo con mi terquedad, y me caigo aferrándome, quemándome las manos, manchándolas de negro para siempre. Y la fricción queda latente en las palmas. Como cuando paseo por el camino de "luz naranja, oscuridad, luz naranja, oscuridad, luz naranja, oscuridad...". Paseo, pruebo, atento contra el miedo, busco y no encuentro. 
Y mientras sigo ese camino, al son de mi taquicardia galopante, creo ver su sombra correr. Su sombra agitada. Su sombra temerosa, suplicando piedad. Resquebrajándose, consumiéndose, pudriéndose, queriendo despegarse del piso.
Y con desesperación quiero alcanzar a la sombra fugitiva... Y ahí es cuando el pecho agitado me sorprende, entrelazada en los sueños de una vida de vacíos... Vacíos que llenan cualquier vacío. Y tapan cualquier agujero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario